Apasionado, perplejo, conciso y natural. Miguelángel Flores es un autor sabadellense que escribe de oído microficción y teatro. Confiesa que ambas cosas le dan la vida y se la quitan a partes iguales. Con el autor del cuento “Afortunado”, hablamos de historias naturales que transcurren en la luna, del placer de escribir mientras contemplas el limonero de tu patio, de escribir con aquello que nos duele, de rescatar historias de la infancia que en realidad nunca tuvieron lugar, de tachar las palabras que engrosan los libros y de comer canapés sin que sus sabores se confundan.
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– El otro día pudimos escuchar el relato “Afortunado”. Es un relato irónico, entrañable y que le da unas cuantas vueltas a la idea que tenemos de tener suerte en la vida. ¿Cómo te surgió la idea?
– Surgió cuando me vino a la mente la frase que da inicio al relato. Quería comenzar con la desgracia de que te abandone la pareja el mismo día en que empiezas a sufrir un problema intestinal. Es algo que le puede pasar a cualquiera y que hunde más al personaje.
– El relato se cuestiona qué es ser afortunado.
– Sí, el protagonista tiene un cupón de lotería premiado, aunque no le da importancia, porque se le acaba de ir lo más importante que tiene. Cuando esa persona, Rosana, regresa, Nicolás se da cuenta de que en realidad es estar con ella lo que le hace sentir afortunado.
– ¿Qué es para ti ser afortunado?
– Poder escribir cada día y poder hacerlo mirando el patio, tener a mi familia y que la gente a la que quiero esté sana. No necesito más para ser afortunado. Claro, me gustaría que las cosas fueran mejor a nivel social y político, pero tengo la suerte de poder pelear por muchas cosas desde donde estoy.
«Si algo me duele y lo escribo, siento que podría formar parte de una historia preciosa»
MIGUELÁNGEL FLORES
– Esta cuestión no es un asunto menor, porque en función de lo que consideremos ser afortunado o, por extensión, ser feliz, dirigiremos nuestra vida hacia un lado o hacia el otro. No siempre el dinero es lo prioritario…
– Escribir me da el placer que siempre he buscado. Necesito estar tranquilo con mi pareja y mi familia, y tener para comer y salir de vez en cuando. A partir de ahí, nunca me ha movido el dinero, ni un trabajo mejor ni hacer más horas para poder ir a la nieve o cambiarnos de coche. Mi marido y yo nos conformamos con tener tiempo libre para leer, escribir, ver la televisión o estar en el patio mirando el limonero. Resulta que cuanto más feliz soy, más me da por escribir, y eso me hace aún más feliz.
– Por tanto, escribes desde la felicidad. No suscribes el tópico del escritor torturado.
– Aunque algunos de mis personajes sean asesinos, o personas que están muertas y no se enteran, o que se creen muertas cuando no lo están, lo que me inspira es la felicidad. No obstante, es verdad que puedo empezar a escribir sobre un personaje muy feliz y luego veo la necesidad de matarlo.
Por otro lado, también es cierto que cuando sufro una desgracia personal o familiar y me encuentro en esos días de tristeza en el tanatorio, me evado escribiendo. Si algo me duele y lo escribo, siento que podría formar parte de una historia preciosa, aunque nunca la llego a escribir como tal, sino que la acabo plasmando en mis historias de una maneta sutil. Solo quienes me conocen mucho, o a veces yo solo, pueden llegar a conocer el punto de partida de la historia.
«Si algo me duele y lo escribo, siento que podría formar parte de una historia preciosa»
MIGUELÁNGEL FLORES
– Eres el menor de doce hermanos. Eso debe tener una gran influencia tanto personal como literaria sobre ti. Para empezar, nunca te deben faltar fuentes de inspiración…
– En las presentaciones siempre digo que tanto mis doce hermanos como mis padres son igual que yo, con el mismo humor, pero solo yo lo he sabido poner por escrito. Soy el más pequeño de mis hermanos y ya paso de los cincuenta. Los mayores no tuvieron la oportunidad de ir a la escuela en su momento.
La verdad es que mi niñez me inspira mucho y me dejó plantada alguna semillita que ha dado pie a distintas historias, aunque sean diferentes a lo que realmente ocurrió, porque no me gusta hablar de mi vida personal en los libros.
Por ejemplo, tengo un relato en el que un señor empieza a beber copitas de anís a las 8 de la mañana porque está seguro de que ese día le va a tocar la Lotería de Navidad. Al leer el cuento, mis hermanos me comentaron que esa historia sobre nuestros padres era muy bonita, ¡pero en realidad yo no recuerdo que hubiera sucedido nada parecido en casa! Lo que sí ocurre es que el relato recoge parte del espíritu que vivíamos en la familia.
– En “Afortunado” pones en juego muchos elementos en solo tres páginas: el boleto de lotería, las excusas que el padre da a su hijo sobre la marcha repentina de Rosana, los auténticos motivos de ella para irse, el estreñimiento… Aparte, el relato está plagado de imágenes poderosas y cuenta con un clímax impactante que deja todos los cabos bien atados. Se nota la influencia del microrrelato. ¿Qué te ha dado este género como escritor?
– Me ha dado inmediatez y la capacidad para quitar la información no necesaria. Que todas las palabras aporten algo es fundamental en un buen microrrelato. Tienen que usarse los términos justos y más adecuados para contar lo que quieres. Por eso he aprendido a no rendirme: si veo que el texto todavía no dice exactamente lo que quería, sigo cortando y afinando para acercarlo más a lo que tenía en la cabeza. A veces, cuando estoy leyendo, empezaría a tachar palabras que no hacen otra cosa que engrosar un libro.
Además, el microrrelato y el teatro me han ayudado a crear escenas muy visuales y personajes en relieve.
– El microrrelato es un género al que me he intentado acercar como autor, pero me parece muy difícil e injusto para quien lo escribe, porque cuando creas un universo literario, te apetece quedarte en él un poco más. En el microrrelato el autor está de paso. ¿No te apetecería permanecer más tiempo en tu creación?
– No, de hecho, por eso escribo microrrelatos, porque enseguida me canso de los personajes y las situaciones. Suelo escribir cuentos de entre 200 y 400 palabras y tengo la experiencia suficiente para ver rápidamente cómo tengo que acabarlos. Poner información de más para alargarlos no da buen resultado, del mismo modo que resumir una novela en un microrrelato tampoco funcionaría. Un microrrelato no es un resumen de nada.
– Más allá de pasar la tijera, ¿qué otros consejos me darías para escribir un microrrelato sin morir en el intento?
– El consejo principal es que tengas la mente abierta. El microrrelatista siempre cuenta con la colaboración del lector. Puedes dejar elementos abiertos y utilizar elipsis, porque el receptor tiene que poner una parte del cuento para entenderlo. El título también ayuda a comprender el significado de la historia cuando acabas de leer y vuelves la vista atrás.
Otro consejo es no leer muchos microrrelatos seguidos. Tienen que consumirse como una bandeja de canapés, saboreándolos. Si te comieras ocho seguidos, la vainilla del último se te mezclaría con el jamón del primero.
– ¿Qué autores nos recomiendas para introducirnos en el género?
– Me voy a dejar muchos, pero vuelvo una y otra vez a autores como Manu Espada, Ernesto Ortega, Mar Horno, Arantxa Portabales, Ana María Shua, Lola Sanabria, Víctor Lorenzo o David Vivancos. Cada vez hay más autores y de más calidad. Es algo que suele demostrarse en los concursos de microrrelatos.
– Mientras participabas con éxito en antologías de microrrelatos y en concursos del género, en 2014 te sale la oportunidad de publicar tu primer libro en solitario, De lo que quise sin querer. Allí encontramos 114 microrrelatos. Como dice la sinopsis del libro, “114 impulsos de amar, o morir, o vete a tú a saber”. ¿Cómo surgió la oportunidad y, sobre todo, de dónde sacas 114 ideas?
– En realidad tenía más. La oportunidad surgió cuando la editorial Talentura decidió hacer una colección de microrrelatos, DeAntología. La logia del microrrelato, reuniendo a autores que utilizábamos el blog literario, que entonces estaba muy de moda y que ahora vuelve a estar en solfa gracias a una nueva generación de escritores.
Los 69 autores que participamos nos reunimos en una microquedada que se celebró en Madrid. A altas horas de la noche, Manu Espada, mano derecha del editor Mariano Zurdo, me preguntó cuántos relatos tenía. Me inventé una cifra. Entonces me pidió si le podía enviar 125 textos, ya que les gustaba mucho mi estilo. Me impactó que me lo dijera a mí, cuando estábamos rodeados de decenas de autores a los que admiraba mucho. Al cabo de unos días les envié el material y nueve meses después Mariano Zurdo se puso en contacto conmigo para decirme que, si quería, podía ser el nuevo autor de Talentura. De lo que quise sin querer se publicó en noviembre de 2014.
– De dolor carmesí es tu segunda obra. ¿Qué evolución encontramos en ella?
– La verdad es que no tenía claro si quería volver a publicar. La primera experiencia fue muy interesante, pero me había dado cuenta de que lo que me gustaba realmente era escribir, escribir y escribir. Me acabó convenciendo el hecho de que la colección de la Editorial Bululú a la que me invitaron fuera tan cuidada. Los tres autores que me preceden, Pedro Sánchez Negreira, Arantxa Portabales y Asier Susaeta, son exquisitos, y tenía claro que pertenecer a un grupo así era una oportunidad.
Además, habían pasado siete años siete años desde el primer libro y tocaba demostrar a lectores y editores qué había hecho en ese tiempo. En esta ocasión fui más selectivo, y la gente que me conoce me asegura que se nota la progresión de una obra a otra, pero en realidad creo que los relatos incluidos podrían estar en cualquiera de los dos libros.
«Los microrrelatos tienen que consumirse como una bandeja de canapés, saboreándolos. Si te comieras ocho seguidos, la vainilla del último se te mezclaría con el jamón del primero»
MIGUELÁNGEL FLORES
– Y del microrrelato pasamos al teatro. Miguelángel Flores lo ha escrito, lo ha dirigido e incluso lo ha actuado. Alguna de sus obras estrenadas son Anda que no te quiero, Consuélame, Consuelo; La vida que bailo o Palomitas de maíz. ¿Cuál es tu último proyecto en el ámbito teatral?
– Lo último en lo que trabajé fue el reestreno de la obra El cruce en Microteatre Barcelona. Faltaban dos semanas para estrenar cuando empezó la pandemia. Durante los meses siguientes, me centré en el segundo libro de microrrelatos y tuve el teatro algo abandonado, porque era complicado actuar debido a la situación sanitaria.
Recientemente, la actriz Victoria Camps me pidió poder llevar a Madrid la obra A palo seco y la rebelión de las Nancys y se estrenó el 11 de junio en la sala Off Latina. ¡Es algo que me ilusiona muchísimo!
– ¿Qué sensación te provoca ver sobre el escenario lo que has escrito?
– Disfruto muchísimo, sobre todo dirigiéndolo, y echo de menos escribir diálogos. Me gusta ver cómo se parece lo que pasé de la cabeza al papel a lo que estoy viendo en escena. He dirigido catorce obras en Microteatre Barcelona y en Píndoles, en donde representamos Palomitas de maíz. Soy selectivo con los actores, porque no me gusta que parezca que están actuando. Ya sean extraterrestres o locos, mis personajes son muy de verdad. Por eso quiero que las historias parezcan naturales aunque transcurran en la luna.
En mis textos ya está presente el absurdo, el surrealismo y las cosas que no vienen a cuento. Si además el actor anuncia son su interpretación que está a punto de llegar un chiste, es chirriante. Últimamente es esa la sensación que tengo con el cine español, me parece prefabricado y enlatado.
– Para escribir hay que ser un poco actor. Tienes que empatizar con tus propios personajes para que suenen reales y no clichés. Además, en el teatro cada frase y cada palabra del texto tienen un sentido. Los autores, escribamos teatro o no, también tenemos que aspirar a que cada frase transmita una idea o una emoción muy precisa.
– Me esfuerzo mucho en eso. El microrrelato me ha ayudado a saber prescindir de las cosas no necesarias. Todo lo que hay en el texto debe ser imprescindible. Además, escribo con frases cortas y lógicas. Mis historias no son básicas, pero sí mi forma de explicarlas.
– Confiesas que tanto los relatos como el teatro “te dan la vida y te la quitan a partes iguales”.
– Escribir me da la vida porque cuando estoy escribiendo y todo encaja soy muy feliz. Pero cuando estoy atascado, me quita la vida. No escribir lo que quieres hace sufrir. Y dedicar tanto tiempo a la escritura hace que no puedas hacer otras cosas que te aportarían más dinero.
– ¿Cuál es tu estrategia para superar un bloqueo?
– Si una historia no me cuadra con lo que quiero decir, la dejo reposar y voy a pasear con el perro, pongo una lavadora, friego los platos, hago la cama… Mientras tanto le voy dando vueltas. A la semana o a los diez días, vuelvo a mirar el texto y es como si se empezaran a encender luces y pudiera ver el caminito que antes no aparecía.
A veces me ocurre al revés: estoy contentísimo con algo que he escrito y al cabo de unos días veo que no funciona. Me ocurre por ejemplo con las elipsis: intento no decirlo todo, pero hay que contar lo suficiente como para que el lector tenga las claves de interpretación con las que hacerse una idea de la historia.
– ¿Cómo vive del cuento Miguelángel Flores?
– Más que vivir del cuento, el cuento me da la vida. No podría no escribir. Cuando he pasado épocas sin hacerlo, me he encontrado mal, y el día que he vuelto a escribir me he dado cuenta de que era eso lo que me ocurría. Económicamente, no me da para vivir del cuento ni del teatro, y tengo que tener otras ocupaciones o hacer de amo de casa, pero el cuento me da la vida.
– Los lectores que quieran saber más de ti, ¿dónde pueden encontrarte?
– En el blog Eternidades y pegos, en mi cuenta de Instagram, @miguelangel_efe, y en los libros De lo que quise sin querer y De dolor carmesí, que se encuentran en todas las librerías.
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